Mi Dios
Quiero ser libre.
Libre para pensar, decidir, actuar.
Libre para sonreír, gozar, alegrarme.
Libre para sentir, llorar, expresarme.
Libre para vivir.
Libre para servir.
Libre para optar por Ti.
Y para dejar que Tú
Me ames y me transformes en la imagen viva de Tu hijo.
Amén.
“Si el Hijo los hace libres, ustedes serán verdaderamente libres”
(Juan 8, 36)
Todas las personas tenemos dos necesidades básicas esenciales para desarrollarnos como seres humanos y tener la posibilidad de experimentar una vida sana, plena, libre y feliz con y para mí, así como también para y con los demás (dinamismo de la solidaridad):
1. Establecer relaciones íntimas
2. Establecer relaciones sanas
1. Establecer relaciones íntimas
2. Establecer relaciones sanas
Relaciones íntimas
Los seres humanos fuimos creados por Dios para amar y así ser felices. Tanto si poseemos una conciencia religiosa o no, este deseo de nuestro corazón es nuestro anhelo más profundo y nuestro tesoro más valioso. Este anhelo es la esencia del espíritu humano y la meta de nuestros más nobles sueños.
Durante nuestra vida Dios protege este anhelo dándonos los dos grandes mandamientos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y al prójimo como a ti mismo”.
El amor se expresa a través de las relaciones. Estamos llamados a entrar en relaciones íntimas con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Llamamos relaciones íntimas a aquellas que son auténticas, profundas y sinceras.
La intimidad se logra a través de un proceso que empieza en el “darse cuenta”. No es un acontecimiento que se pueda lograr de un momento a otro. La intimidad, en primer lugar consiste en atender a la propia persona (a ti mismo) en todos sus aspectos.
Es muy importante que se dé esa intimidad del ser humano consigo mismo. Esto implica el saber quiénes somos, hacia dónde vamos y cuáles son nuestros valores en la vida.
Para saber quiénes somos es necesario ser conscientes de nuestros sentidos, nuestras emociones, de nuestra mente, de nuestra voluntad y de nuestra interioridad.
Nuestros sentidos perciben el mundo y al darnos cuenta de esas percepciones experimentamos una inmensa gama de sensaciones positivas y negativas que producen en nosotros diversas reacciones emocionales, también negativas o positivas (como lo vimos en la lectura del perdón). Nuestra mente las juzga, en cierto modo las cataloga y nos lleva a responder de diferentes maneras. Entonces nuestra voluntad decide la forma de actuar. Este proceso podrá realizarse de manera más sana e integral a medida que nos vayamos dando cuenta de las raíces de las conductas que tenemos y las veamos a la luz de nuestros valores. Como resultado, nuestras respuestas a las percepciones, a las sensaciones u a las emociones, adoptarán vías cada vez más adecuadas de manejo, aceptación y expresión.
Además, para tener una noción de quiénes somos, debemos integrar las percepciones, sensaciones, emociones y respuestas (Inteligencia Sentiente) dentro de una identidad propia y esta identidad cobrará claridad en la medida en que podamos conocernos mejor y vayamos aceptándonos como seres dignos, valiosos, únicos e irrepetibles y en la medida en que entendamos que fuimos creados por amor y para amar. Mientras más crezca nuestro sentido de identidad, mejor nos iremos relacionando internamente.
La intimidad con nosotros mismos es la llave que abre nuevas puertas para relacionarnos bien con los demás y con Dios. Cuando se ha logrado un avance en este proceso de autoconocimiento es posible comenzar a compartir en ese mismo nivel de profundidad con otras personas. Nadie da lo que no tiene. Nadie puede tener relaciones profundas (valiosas, sanas y enriquecedoras) con otra persona SI NO LAS TIENE CONSIGO MISMO.
Para establecer estas relaciones con uno mismo es necesario descubrir los canales adecuados. Esta intimidad consiste en conocerse mejor para amarse más. Implica la aceptación plena de uno mismo con el propio cuerpo, las emociones, los impulsos, pensamientos y deseos (unidad psico-orgánica).
La intimidad nos va llevando al cambio. Cada día crecemos, maduramos y nos libramos en la medida en que nos conocemos mejor y en que decidimos vivir en la verdad (la verdad de quienes somos nosotros mismos). Nos aceptamos como seres intrínsecamente buenos (dignos de ser amados, respetados y de todos los derechos humanos por el simple hecho de ser de la especie humana). También veremos claramente nuestras debilidades y entraremos en contacto con nuestra condición humana y con nuestra vulnerabilidad y limitaciones.
La verdadera intimidad con el otro… es un proceso que se logra con el tiempo. Consiste en “conocer” y ser “conocido”. Es necesaria la apertura, la buena voluntad, la honestidad, la confianza y el esfuerzo continuado de dos personas. Se realiza a través de la comunicación profunda, libre de juicios. Si juzgamos las intenciones y las motivaciones del otro, no lograremos nunca intimidad. También se da en la “igualdad”; ninguno puede sentirse superior al otro.
La intimidad es dinámica. Siempre va en aumento y siempre madura. Cuando se logra una relación de este tipo entre dos personas el beneficio es mutuo: aprenden a conocerse, a confiar, a apoyarse y a amarse. El fruto es la seguridad, el gozo y la paz interior en ambas.
Según la psicóloga Anne Wilson Schaef, la relación íntima tiene las siguientes características:
1. Conocemos y somos conocidos por el otro.
2. Compartimos experiencias de vida (gozo, dolor, confrontación, perdón, esperanza).
3. Hablamos con libertad de todo; no analizamos.
4. (La relación íntima) es divertida y alegre. Compartimos errores y bromas.
5. No es necesariamente romántica y sexual.
6. No está condicionada por el tiempo y el espacio. Uno de los dos se puede ir cuando deba hacerlo sin romper la intimidad.
7. Intercambiamos información abiertamente.
8. Es un regalo de Dios.
2. Compartimos experiencias de vida (gozo, dolor, confrontación, perdón, esperanza).
3. Hablamos con libertad de todo; no analizamos.
4. (La relación íntima) es divertida y alegre. Compartimos errores y bromas.
5. No es necesariamente romántica y sexual.
6. No está condicionada por el tiempo y el espacio. Uno de los dos se puede ir cuando deba hacerlo sin romper la intimidad.
7. Intercambiamos información abiertamente.
8. Es un regalo de Dios.
La intimidad es una experiencia trascendente (me ayuda a romper mis límites, madurar, mejorar, ser yo mismo) que se expresa y llega a su plenitud en la relación con el otro.
Podemos decir que es, en primer lugar, una experiencia espiritual pero también una experiencia emocional y puede ser una experiencia física (interviene toda nuestra unidad psico-orgánica- espiritual)… Sin lo espiritual no hay intimidad. Si sólo hablamos del aspecto físico tampoco podemos hablar de intimidad (porque somos una unidad inseparable que no puede experimentar la realidad sólo desde una parte de sí, sino que toda la inteligencia sentiente interviene en captar la realidad y tener un intercambio desde nuestros dinamismos con ella, para transformarla).
La intimidad es como un árbol con raíces profundas que da magníficos frutos y tiene ramas frondosas. Es un árbol lleno de vida. Las personas que no tienen intimidad en sus relaciones viven existencias pobres, superficiales y raquíticas, algo así como los árboles que no tienen raíces profundas, ni frutos ni hojas.
La experiencia de la intimidad con el otro nos permite amarnos y amar plenamente a los demás con todas las características que tiene un verdadero amor: paciencia, perdón, entrega total, compromiso, verdad, confianza, comprensión, gozo, etc.
La intimidad con Dios (en cualquiera de las formas en que creamos en Él) redondea el círculo de nuestra felicidad, pues la meta de la intimidad como decía san Juan de la Cruz es el Todo. Él nos invita desde que llegamos a este mundo a un encuentro personal. Para llegar a esta meta hay un camino que consiste en una red de relaciones (dinamismo de la solidaridad) que se van haciendo íntimas porque el motor que las impulsa es el amor.
Un instrumento importante en el camino es la oración (desde todos los tipos de contacto con los que contemos según nuestras creencias para hablar con Él, que nos conozca y conocerlo). A través de la oración descubrimos quién es Él y quiénes somos nosotros.
Al ir creciendo en esta intimidad, Dios nos revela la Verdad. Al contemplarlo a Él nos llenamos de fe, esperanza y amor y descubrimos su plan para nuestra vida (que es nuestra felicidad a través de lo que me realiza, mueve mi afectividad, mi creatividad, me humaniza y dignifica). Cuando nos encontramos con Él nos hayamos con nosotros mismos. Cuando somos fieles a esta relación, crecemos en intimidad con Él y somos cada día más libres.
Para lograr esta intimidad se necesita paciencia y perseverancia y un clima de soledad y silencio (interioridad).
Relaciones sanas
La otra necesidad básica del ser humano son las relaciones sanas.
El hombre es un ser racional. Cuanto más nos relacionamos en la línea de la comunicación y del amor, tanto más nos realizamos como personas.
Para empezar a caminar hacia las relaciones sanas es importante reconocer que algunas de nuestras relaciones no son precisamente adecuadas, pues todos tenemos áreas enfermas en ellas.
Harriet Lerner, en su obra The dance of Intimicy, nos dice:
Harriet Lerner, en su obra The dance of Intimicy, nos dice:
Una relación sana es aquella en la cual ningún miembro silencia, sacrifica o traiciona el sí mismo y en la que cada miembro expresa fuerza y vulnerabilidad, debilidad y competencia en forma equilibrada.
Tener una relación sana significa poder ser quienes somos y podemos permitirle al otro ser quien es.
En este tipo de relaciones “yo” puedo ser “yo”, “tú” puedes ser “tú” y “nosotros” podemos ser “nosotros”.
Las relaciones sanas nos permiten crecer y madurar y nos dejan libres para ser nosotros mismos. No nos sentimos juzgados por el otro ni en peligro de perder la relación. No tememos cometer errores y ser vulnerables. Le damos al otro la misma libertad que nosotros queremos tener y lo aceptamos tal cual es. No utilizamos nuestro amor para cambiarlo, sino para afirmarlo.
Le podemos hablar de la verdad como nosotros la percibimos y tratamos de buscar salidas y soluciones conjuntas para mejorar la relación en las áreas que lo requieran.
Le podemos hablar de la verdad como nosotros la percibimos y tratamos de buscar salidas y soluciones conjuntas para mejorar la relación en las áreas que lo requieran.
Las relaciones sanas no se logran fácilmente pues los modelos de relación que hemos tenido en nuestra vida han sido pobres, enfermos o no han existido. Además, las heridas de nuestra vida nos han cerrado a las relaciones, nos han hecho desconfiar o nos han llevado a relaciones codependientes (que explicaremos más adelante).
¿Cómo establecer relaciones íntimas y sanas conmigo mismo y los demás?
A continuación mostraremos algunos aspectos que podemos observar y poner en práctica para poder ir estableciendo una relación íntima y sana conmigo mismo y así poder establecer relaciones de calidad con los demás. Estos aspectos están tomados del libro “Quiero ser libre”, Capítulo 4 y se sugieren como una guía para prestar atención a nuestras necesidades y satisfacerlas.
Como mencionaron las autoras, la intimidad requiere tiempo y dedicación, por lo tanto iniciemos una aventura de descubrimiento y conquista de nosotros mismos, y así, poder estar listos a ser para los demás:
a) Despertar de la consciencia
De pronto, notamos que las cosas o la realidad no son como pensábamos que eran. Ante ello, necesitamos tomar consciencia de las cosas que han estado dormidas. Esta toma de consciencia puede darse de muy diversas maneras: desde el aceptar que “estoy agotado” y “ya no puedo vivir así un día más”, hasta el acudir a un grupo de autoayuda, en donde empezamos a cuestionarnos qué nos pasa. A veces, es a través de la lectura de un libro, o del testimonio de alguna persona que ha podido salir de esa situación. Cuando nos damos cuenta de que algo está mal, experimentamos confusión, miedo, entusiasmo, excitación, tristeza, aletargamiento, mayor coraje. Todo esto significa por lo menos, que sentimos. Empezamos a ponernos en contacto con lo que sentimos realmente; esto asusta mucho a algunas personas que, al experimentarlo, tienen la tendencia a retornar a ignorar la situación, a sus sentimientos y “hacer como que nada pasa”.
b) Enfrentar ciertos asuntos esenciales
A continuación se presentan los más comunes, dependerá de cada persona determinar cuáles son los suyos y en qué orden empezar a trabajar con ellos:
Control: Es la necesidad de controlar la conducta de otro, la propia o alguna otra cosa. Como finalmente sabemos que no podemos controlar la vida, mientras más tratamos de controlar, más fuera de control nos sentimos y más obsesionados estamos en controlar. La sabiduría nos enseña que el dolor es parte de la vida, y que lo mejor que podemos hacer en aceptarlo y darnos cuenta de que no podemos controlar nada. Así, descubrimos que una de las acciones más poderosas y más sanadoras que podemos realizar, es entregar a Dios (o al ser superior en el que tú creas) nuestra necesidad de controlar. Esto libera y disminuye el “sufrimiento” que el controlar o el no controlar trae consigo. Al hablar de sometimiento y entrega, no lo hacemos con un sentido de derrota, sino con la convicción de que el que se somete, gana la batalla de intentar estar en el control (Whitfield, 1985). Esto no se logra de una vez por todas: es un proceso que aparece en nuestra vida constantemente. Cuando entregamos nuestra necesidad de control, empezamos a descubrir nuestro ser real y a sentirnos más vivos.
Pensamiento de todo o nada: Es una manera extremista de pensar. Es la incapacidad para ver los matices de las cosas. Es cuando amamos a alguien o lo odiamos. No podemos permanecer en relaciones intermedias. Las personas a nuestro alrededor son buenas o malas, no tenemos la posibilidad de verla como realmente son. Todo esto podemos hacerlo con nosotros mismos también, juzgándonos muy duramente. Mientras más nos enfrascamos en este tipo de pensamiento, más caemos en conductas extremistas sufriendo innecesariamente. Al mismo tiempo, tendemos a rodearnos de personas que piensan de esa misma manera, y por lo tanto se nos dificulta más salir del círculo vicioso. Este tipo de actitud impide el desarrollo del dinamismo de la creatividad, ya que no nos deja alcanzar la maduración adecuada en cada etapa de la vida. Tenemos que aprender que las cosas no son todo o nada, esto o aquello, sino que hay muchas opciones, matices y posibilidades.
Superresponsabilidad: Estar muy ocupado ayuda a evitar los sentimientos dolorosos como el miedo, el coraje y el sentirse lastimados. También proporciona la idea de que se está en control de las situaciones. Es muy importante aprender a decir no, cuando te quieren cargar el trabajo, de responsabilidades que no te corresponden o que no puedes o no quiere tomar y a las que antes hubieras dicho que sí, aunque por dentro te sintieras lleno de coraje. Por las mismas razones que unas personas se vuelven superresponsables, otras se tornan irresponsables. Son pasivas y se sienten víctimas de todo el mundo. También necesitan trabajar sobre tales problemas.
Descuido de las necesidades propias: Descuidar u desconocer las necesidades propias está íntimamente ligado con la superresponsabilidad. Ambas son partes de un sí mismo falso. Podemos empezar a revisar cuáles son nuestras necesidades y quiénes pueden satisfacerlas de una manera sana.
Las necesidades para el buen desarrollo pueden ser:
Ser abrazado, acariciado apapachado, Atención, Guía (en forma de consejo, asistencia o cualquier otra ayuda verbal o no verbal que te ayude a adquirir habilidades sociales apropiadas), Ser escuchado, Ser tú mismo, Participar, Ser aceptado (tomado en serio, libre de ser tu mismo, tolerante a tus sentimientos, respetuoso contigo mismo), Oportunidad de llorar las pérdidas y de crecer, Apoyo, Lealtad y Confianza, Sensación de haber logrado cosas por ti mismo, Trascendencia de lo ordinario, Sexualidad (sentirte bien contigo como hombre o mujer y la capacidad de disfrutar la propia identidad sexual), Diversión (reír, practicar algún deporte o pasatiempo, descansar, soñar despierto concentrarte en algún proyecto importante para ti), Libertad para animarte a tomar decisiones y ser responsable (ser espontaneo no impulsivo), Educación (que te da la capacidad de irte independizando por las nuevas habilidades y conocimientos que adquieres) y Amor Incondicional (ser amado independientemente de la dignidad de tus actos, de lo correcto o incorrecto que hagas).
Al ver esta parte de nuestra manera de vivir, descubriremos que nosotros somos los primeros que podemos satisfacer esas necesidades (la felicidad es autodependiente).
Tolerancia a las conductas inapropiadas: Este tipo de conducta son los abusos de todo tipo: verbal, físico, sexual, emocional, etc. Lo más duro de todo esto es que las personas maltratadas y degradadas siguen aceptando estas conductas que acaban con el resto de su autoestima; esas personas se sienten indignas, destruidas, muchas veces quieren morir y no saben cómo poner un alto a estas conductas. Es necesario el apoyo y la retroalimentación de personas que nos muestren lo que es saludable y apropiado.
Contacto con los sentimientos
Conocer nuestros sentimientos y trabajar con ellos constructivamente es algo crucial. Podemos hablar de ellos con personas seguras. No necesitamos saber gran cosa acerca de los sentimientos, sólo que son importantes para nuestra salud y que podemos hablar de ellos.
Nuestros sentimientos son nuestra reacción al mundo que nos rodea, la forma en que sentimos que estamos vivos (aprehensión de la realidad). Si no tenemos consciencia de nuestros sentimientos, no tenemos consciencia real de estar vivos. Ellos resumen nuestra experiencia y nos dicen si ésta nos hace sentir bien o mal (aprehensión- logos- razón). Son una gran conexión con nosotros mismos, con los demás y con el mundo que nos rodea (por eso estamos hiperformalizados a diferencia de los animales).
Darnos cuenta de nuestros sentimientos nos da muchas ventajas. Nos cuidan y nos aseguran; actúan como indicadores y nos dan la sensación de que estamos vivos. Nuestro sí mismo real siente gozo y felicidad, y lo expresa con gente adecuada. Nuestros sentimientos deben trabajar en armonía con nuestra voluntad e inteligencia, para ayudarnos a crecer y a vivir. Si los negamos, los distorsionamos, reprimimos o suprimimos, sólo bloqueamos el flujo natural de ellos.
Los sentimientos bloqueados sólo crean tensión y enfermedad, pero si los experimentamos, aceptamos, compartimos y luego los dejamos ir, nos hacemos más saludables y capaces de experimentar la serenidad o paz interior que debe ser nuestra condición natural. Sacamos un sentimiento doloroso sintiéndolo y dejándolo ir.
Los sentimientos bloqueados sólo crean tensión y enfermedad, pero si los experimentamos, aceptamos, compartimos y luego los dejamos ir, nos hacemos más saludables y capaces de experimentar la serenidad o paz interior que debe ser nuestra condición natural. Sacamos un sentimiento doloroso sintiéndolo y dejándolo ir.
Dificultad para resolver conflictos
Nuestro crecimiento se lleva a cabo reconociendo conflicto tras conflicto y tratando de resolverlos, no evitándolos a toda costa. Muchas veces el miedo y otros sentimientos dolorosos que nos vienen cuando nos acercamos al conflicto, hacen que prefiramos volver a negarlos o ignorarlos antes de sentir el dolor y enfrentar el problema.
Para resolver los conflictos necesitamos, primero, reconocer que existen; entonces, si nos sentimos seguros, podremos tomar el riesgo de abrir nuestras preocupaciones, sentimientos y necesidades ante otros. Enfrentando los problemas, aprendemos cada vez más a identificar conflictos pasados y presentes, según van ocurriendo en lugar de estar confundidos por el hecho de no ir atendiendo uno por uno y dejar que se nos acumulen.
Dificultad para hablar de los problemas
Cuando empezamos a sanar, podemos hablar, desde el fondo del corazón, de experiencias y miedos de los que antes no habíamos hablado con nadie. Cuando compartimos nuestros sentimientos, preocupaciones, confusiones y conflictos, con alguien que nos entiende, reconstruimos nuestra historia. Aunque es útil para los que nos escuchan oír nuestra historia, para quienes es más útil escucharla es para nosotros mismos. No importa cuál sea el tema o el aspecto de nuestra vida sobre el cual vamos a trabajar, hablar acerca de él con las personas adecuadas nos libera de la inmensa carga que hemos llevado por años en el corazón.
Cuando contamos nuestra historia con el corazón descubrimos la verdad acerca de nosotros mismos. Y al hacerlo sanamos. A veces nuestro sí mismo falso quiere enmascarar nuestra historia o disfrazarla, por eso es importante, cuando surgen las cosas, hablarlas delante de alguien que nos conoce, pues esta persona puede ayudarnos a distinguir entre la verdad y la máscara.
Dificultad para llorar las pérdidas
Un trauma es una pérdida real o una amenaza de pérdida. Experimentamos pérdida cuando se nos priva o tenemos que vivir sin algo que hemos tenido anteriormente; algo que necesitamos, deseamos o esperamos. Hay pérdidas tan péquelas que apenas las apreciamos, sin embargo todas ellas producen dolor. A esta serie de sentimientos los llamamos proceso de duelo, aflicción o pesadumbre. Debemos permitirnos el reconocer estos sentimientos y compartirlos, para completar lo que se ha llamado trabajo de duelo y así poder quedar libres del dolor. Por supuesto que esto lleva tiempo. Mientras mayor sea la pérdida, más largo será el tiempo necesario para recuperarse.
Cuando un duelo no se completa o no se resuelve, es como si una herida se infectara debajo de la cicatriz. Cuando experimentamos un trauma o una pérdida, nos llenamos de energía negativa que necesita ser descargada, y cuando no se libera, la tensión se vuelve crónica. A veces, este estado no puede ser reconocido como tal, sino más bien como ansiedad constante, tensión, miedo, nerviosismo, ira, resentimiento, tristeza, sensación de vacío, confusión, culpa o como si estuviéramos dormidos y fuéramos incapaces de sentir. Se ha comprobado que cuando no vivimos el duelo en forma sana y completa, aparecen muchas enfermedades físicas, emocionales y mentales.
También es muy fácil que desarrollemos conductas hostiles hacia los demás o hacia la propia persona, produciendo en nosotros y en los que nos rodean una infelicidad crónica y una sucesión interminable de crisis.
Cuando atendemos las pérdidas y vivimos los duelos, comenzamos a sanar y también a cambiar estas conductas, liberándonos poco a poco de nuestra confusión y sufrimiento.
Es muy importante identificar cuáles han sido las pérdidas de nuestras vidas para poder vivirlas de nuevo y trabajarlas en el proceso de duelo. Debemos recorrer cada pérdida y completar las 5 etapas del proceso que señala la Dra. Elizabeth Kubler Ross como indispensables para completar el duelo: negación, coraje, negociación, depresión, y aceptación.
Baja autoestima
La baja autoestima se va formando cuando recibimos creencias, reglas y mensajes negativos que oímos de nuestros padres, de los adultos alrededor de nosotros y de otras figuras de autoridad, como los maestros. Se va generando cuando se nos dice que nuestros sentimientos y necesidades, nuestro sí mismo auténtico, nuestro “niño interior”, no son aceptables.
La autoestima sana es la experiencia interna de nuestro propio valor como personas, surge de dentro y se proyecta a los demás. Es el sentimiento de amarse y ser amado, de ser competente y útil.
Para lograr una autoestima sana es necesario el autoconocimiento, que es la capacidad de vivir con mayor consciencia y responsabilidad de mi mismo, responde a la pregunta ¿quién soy? De esta manera nos formaremos nuestro autoconcepto, que es una serie de ideas y creencias que tenemos sobre nosotros mismos. Al conocernos y formarnos una idea de nosotros podremos obtener la autoevaluación, que es la capacidad interna de evaluar las cosas como buenas para mi si me satisfacen, si son interesantes, enriquecedoras, si me hacen sentir bien y me permiten crecer y aprender. Es la capacidad de considerar las cosas como malas para mi si no me satisfacen, si carecen de interés para mi, si me hacen daño y no me permiten crecer. Responde a la pregunta ¿mi actuar es malo?... ¿bueno? Con todo lo anterior se forma el autoaceptación, que es la actitud que tenemos con respecto a nosotros mismos y el aprecio de mi propio valor. La autoaceptación es fundamental para el proceso creador de mi realidad, de mi vida. Es la condición previa al cambio. Sean cuales fueren mis defectos o imperfecciones me acepto a mí mismo sin reserva y por completo. No me condeno ni me critico. Aceptar no significa que me guste, no significa que no podamos desear cambios o mejoras, significa experimentar sin negociación que un hecho es un hecho.
Si una persona se conoce, crea su propia escala de valores, desarrolla sus capacidades, se acepta y se respeta, tendrá autoestima. “La autoestima es un silencioso respeto por uno mismo” (D.F. Elkins).
Si me autorrespeto atiendo y satisfago mis necesidades. La autoestima ayuda a mi proceso vital, mientras mejor esté en este punto seré inmune al daño que los demás me puedan hacer, contribuye a mi calidad de vida pues es la fuerza motivadora que me inspira a un comportamiento positivo para mí, ante la vida y los demás.
Dificultad para mostrar nuestro ser real
Ser auténticos es algo que contemplamos como amenazante. No obstante nuestro sí mismo auténtico, ahora aislado y escondido de nosotros, tiene un deseo y una necesidad enorme de expresarse. La manera de salir de todo esto consiste en actuar con tu ser real. El proceso comienza por contar tu propia historia de dolor a personas capaces de entender y de apoyarte. Mostrar tu sí mismo real, tu sí mismo auténtico, verdadero, con todas tus debilidades y también tus fortalezas. No podemos sanar solos. Necesitamos de otros que nos ayuden y nos acepten tal y como somos.
A través de este hablar y escuchar, empezamos a practicar en formas sencillas el amor incondicional.
Transformación
Transformar es cambiar de forma, reconstruir. Esta transformación representa el cambio de estar viviendo sin saber por qué, ni hacia dónde vamos; a vivir nuestra vida como una expresión de nuestro ser.
Transformamos nuestra consciencia, nuestra percepción de las cosas, de una realidad a otra. A través de esto crecemos y trascendemos a niveles de vida mejores, más auténticos, más pacíficos y creativos. Al mismo tiempo experimentamos mayor vitalidad, más posibilidades y opciones, también tenemos más responsabilidad para lograr que nuestra vida funcione bien.
Para lograr esto, es necesario exponer las partes vulnerables de nuestro ser, y al mismo tiempo sacar el poder que existe dentro de nosotros mismos. Tenemos que hablarlo y planear el orden y el asunto específico sobre el cual vamos a empezar a trabajar. Confiar en nuestra intuición, sentidos y percepción, las cuales son parte importante de nuestro ser verdadero.
Integración
A medida que va ocurriendo nuestra transformación, la integramos y aplicamos a nuestra vida diaria. Integrar es hacer un todo con las partes. La sanación significa lograr la plenitud, la totalidad de uno mismo. Ahora podemos aplicar todo lo aprendido a nuestra vida y lograr que trabaje para nuestro bien.
Empezamos a ser nosotros mismos, sin necesidad de disculparnos por ser quiénes somos y comenzamos a aceptar a los otros por ser lo que son; soy capaz de amarme y entonces puedo amar a los demás. Soy capaz de cubrir mis necesidades, amarme, cuidarme, por lo tanto no elegiré cosas o relaciones que me dañen, así como tampoco me permitiré dañar al otro que es igual de digno que yo.
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BIBLIOGRAFÍA:
• DE CASTILLO, M. E.; DE MAQUEO E. M. Y T. DE MARTÍNEZ BÁEZ, (2005) QUIERO SER LIBRE. VIGÉSIMAOCTAVA REIMPRESIÓN. MÉXICO, D.F., PROMEXA.
• DE CASTILLO, M. E. ET AL (2005) LIBRE DE ADICCIONES. VIGÉSIMA REIMPRESIÓN, MÉXICO, D.F., PROMEXA.
BIBLIOGRAFÍA:
• DE CASTILLO, M. E.; DE MAQUEO E. M. Y T. DE MARTÍNEZ BÁEZ, (2005) QUIERO SER LIBRE. VIGÉSIMAOCTAVA REIMPRESIÓN. MÉXICO, D.F., PROMEXA.
• DE CASTILLO, M. E. ET AL (2005) LIBRE DE ADICCIONES. VIGÉSIMA REIMPRESIÓN, MÉXICO, D.F., PROMEXA.
